En la noche, cuando las luces tienen doloroso brillo de ojos que barnizan las lágrimas, el mundo de gárgolas y quimeras se anima. Que nadie lo haya visto no significa nada; no vemos nunca lo único interesante de las cosas. Bullen los cuerpos escamosos, garras y picos se afilan, se despliegan alas membranosas.
Existieron esos monstruos, puesto que los hombres creyeron en ellos.
Los turistas en Paris suelen escuchar la leyenda de Juana de Arco. Se relata que la noche en donde la quemaron en la hoguera, las gárgolas despertaron de su sueño de años y arrasaron la ciudad por la noche. Los monstruos alados y cornudos contemplaron desde lo alto la muerte de una inocente; por ello, decidieron vengarla. A la mañana siguiente, cuentan, aparecieron cientos de cadáveres de personas por las calles de París.
Al subir a la Catedral de Notre-Dame se queda uno extasiado por las vistas que tienen desde hace siglos sus características gárgolas. Estas fotografías son mi testimonio de las gárgolas enviadas tallar por Eugène Viollet-le-Duc en el siglo XIX en su restauración de la catedral.